Todo ese fuego by Ángeles Caso

Todo ese fuego by Ángeles Caso

autor:Ángeles Caso [Caso, Ángeles]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Romántico, Histórico
editor: ePubLibre
publicado: 2015-09-15T04:00:00+00:00


Mientras caminaba hacia casa aquella mañana del 16 de julio de 1846, con su paquete de carne y la pastilla de jabón, Charlotte pensaba que todos esos obsesivos recuerdos eran aplastantes y ensuciaban sin compasión su porvenir. Deseaba ser capaz de liberarse de ellos y regresar a la infancia anterior a las muertes, cuando a sus espaldas y ante ella solo existía la nada prometedora, aquel infinito campo verde sobre el que jamás debía derramarse ninguna tempestad. Es penoso cómo la memoria se empeña a veces en pisotear nuestra vida. La utiliza como su campo de pruebas, como un caballo galopando en un lodazal, y nos amarga el presente, arrasándolo, y nos destruye la esperanza de un futuro en paz. Es difícil aprender a vivir lejos de su mira, aislados de su tiranía. Es difícil levantarse por la mañana y decir hoy es hoy, sin ataduras, solo existe este momento presente, este día que se extiende ante mí con su luz y su oscuridad, y nada de lo sucedido ni de lo que deba suceder después proyectará ni un instante de sombra sobre él. Vamos llevando a rastras los recuerdos, los empujamos como Sísifo una y otra vez hasta la cumbre de la montaña para ver cómo caen de nuevo a nuestros pies y nos obligan a volver a comenzar.

La prestigiosa experiencia no es más que una tontería. La roca de Sísifo, hecha de malas interpretaciones y casualidades y azarosos momentos de fortuna o de fatalidad, que nos empeñamos en perseguir y alzar sobre nuestras cabezas, como un faro que pudiese iluminarnos pero que, en realidad, solo proyectará fantasmas y siluetas diluidas y visiones imperfectas que nos impedirán aprender a ver en las tinieblas, como topos olfateando los peligros.

Charlotte Brontë trató de sacudirse los restos de toda aquella desazón mientras entraba en la casa y dejaba la compra en la cocina y subía a ver a su hermana pequeña, que ya se había incorporado en la cama y jugaba con Flossie. Anne se levantó para ayudarle a colocar la ropa planchada en los armarios y las cómodas. Caminaba casi de puntillas y abría los cajones con cuidado, intentando no despertar a Branwell, que aún dormía en la habitación del reverendo Brontë. Pero Charlotte irrumpió en el cuarto sin contemplaciones, negándose a mirar a su hermano, aunque no pudiese evitar ver la cabeza hundida en la almohada, el brazo largo sobre la colcha, con la mano pálida abierta en un gesto de demanda. Sintió una punzada de compasión, el viejo deseo de colmar aquella mano de bienes y devolverle la paz que un día había poseído. Pero evitó enredarse en ese sentimiento perturbador, que los mantenía a todos paralizados, dependientes los unos de los otros, incapaces de atravesar aquel círculo de sufrimiento que los rodeaba y alzar la vista más allá.

En el reloj de la escalera sonaron las diez. El sol estaba al fin templando los campos, y podrían salir a dar un largo paseo hasta la cascada. En la cocina, Emily acababa de echarle la pimienta al asado.



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